11/09/2006

Llegó la niña fresa

Dejé mi tenedor. El ya se dió cuenta que le gusta presumirle los huesos de la cadera. Ella no sabe. (No que no sepa que le guste sino que no sabe que él sabe que lo hace a propósito). Bueno realmente no creo que sepa que él ya sabe, o si ya sabe que él sabe, pues hace como que ella no sabe. El asunto es que le presume sus huesitos en cada paso, principalmente cuando viene de frente a él. A ambos les gusta. Independientemente de todo. Se acercó a la mesa así, presumiendo y sonriendo. Muchas miradas de reojo, principalmente de meseros. Para mi fortuna yo estaba de frente y no tuve que disimular, digo, sólo lo requerido por la norma en vigencia. Entonces vino el diálogo, exactamente antes de echar la silla para atrás (y el pelo). No lo olvidé:

-¿Cómo te fué?
-Bien bien. ¿Y a ti?
-Pues ya ves. Terminamos la semana que entra y andamos vueltos locos, oye por cierto creo que voy a trabajar este domingo.
-Assshh pero ¿Y la comida con mis papás?
-Es muy probable que no pueda.
-A veces creo que no me quieres... Dímelo. (Ya sentada y con las manos en el filo de la mesa)
-Te quiero.
-Assshh ¿Así nada más?
-Mmmm Te quiero... Te quiero te quiero... ya sé...

Te quiero con las ganas y el regocijo... con las ganas y el regocijo con las que una mosca se embarra de mierda.